Hoy volamos hacia el Norte, donde las ocho son las nueve, donde el sol sale a las diez y se despide a las dos. Camino del aeropuerto, en el cielo se ve la luz del amanecer junto con la de las grandes farolas del puerto y la de las estrellas. Una vez en el avión, espero de pie en el pasillo. Alguien llama la atención unos asientos más adelante. Me ha tocado sentarme a su lado. Dentro, hace calor, me quito el jersey. En cuanto las ruedas dejan de tocar el suelo, noto cómo la mano desconocida y blancucha de mi acompañante de asiento se agarra fuerte a mi antebrazo desnudo sin avisar. Su miedo ha ganado al respeto, y el mío me ha dejado inmóvil. La mano necesita un minuto de piel con piel hasta desplazarse de nuevo a su posición normal.
Una vez allí, no tardo mucho en ir a visitar a Olof al cementerio. Media docena de robustas palas de nieve con formas no familiares y escobas con largos pelos gruesos esperan al entrar. Agarro una de cada y me dirijo a su tumba. Le saludo, sabiendo como cuando lees un libro que, por mucho que te empeñes en hablar con el autor, él no te va a dar respuestas. Empiezo a quitar nieve y me doy cuenta de que con los ojos abiertos, no veo lo que tengo enfrente. Olof me sonríe y sonrío yo también. Noto lágrimas resbalar por mis mejillas mientras quito nieve disciplinado. Es blanda y abundante. Al terminar, nos ponemos en vertical la pala, la escoba y yo, y nos quedamos allí de pie un rato para intentar comprender esa emoción tan fuerte y buena que siento. Cuánta nobleza. Enciendo una vela. El campo de muertos que veo al girar la cabeza está repleto de luz.
Al morirse unos, otros tienen que ver qué hacer con las cosas que han dejado estos. Las de mayor valor sentimental se reparten entre los familiares; otras se dejan en manos de personas que se dedican a venderlas, y muchas otras, como solemos tener de todo, se tiran. Alla Tiders Antikt es un almacén de muebles usados del centro. Accedo por la puerta trasera subiendo siete escalones, y una puerta grande de madera que cuesta abrir me da la bienvenida. El lugar es una especie de museo etnográfico y antropológico donde el paso del tiempo pone en duda de una forma particular el valor de las cosas. Aquellas que a priori parecían las más útiles son inservibles. Otras más ornamentales relucen con el paso del tiempo. Siempre paso mucho rato allí porque, además de muebles, tienen un techo repleto de lámparas que se tocan la una con la otra, con tanta información como en el fresco de la Capilla Sixtina.
En un espacio de doble altura abarrotado, puedes ir caminando entre muebles que marcan un pasillo irregular. En el centro, una estantería almacena artículos de cristal. En la segunda balda empezando por arriba, un jarrón llamó mi atención por primera vez hace más de una década. Dos veces al año suelo pasar a visitarlo. Siempre me quedo mirándolo antes de agarrarlo, y luego con mucho cuidado lo saco y lo sostengo en las manos un rato. Es el jarrón Avena 3429, diseñado por Tapio Wirkkala en 1970 y producido por IIttala. Este año, unas semanas antes de viajar allí, ya había decidido comprarlo, pero al llegar de nuevo al lugar, ya no estaba. Lo encontré en otro estante, acompañado por elementos también de vidrio de Timo Sarpaneva y Kaj Frank. Menudo trío.
Al tendero le costó mucho quitar la etiqueta del precio que la pieza tenía pegada en el culo. Envolvió con papel de periódico el jarrón y bajó la cabeza con gesto amable al entregarlo. El precio lo bajó también sin preguntar. Los dos parecíamos igual de contentos.
Al salir me detengo en la puerta y miro hacia arriba. Mientras respiro un aire limpio y frío, me viene a la cabeza, pensando en el encargo de este texto, una pregunta que me hicieron en unas conferencias que impartí en Madrid: «¿Prefieres la iluminación técnica o la decorativa?». «El Sol es técnico o decorativo?», recuerdo que respondí yo.
Busco información. La IA me informa de que nuestra estrella se compone en su mayor parte de hidrógeno y helio. En su núcleo se produce un proceso bellísimo de fusión nuclear que transforma hidrógeno en helio liberando enormes cantidades de energía, como si de un alquimista se tratara. Este mismo elemento es también el responsable de la belleza de los amaneceres siempre cambiantes en función de factores externos muy técnicos. No he visto el sol en seis días, pero sí mucha nieve.
Me doy cuenta de que no sé responder a la dicotomía si solo puedo elegir una de las dos. En su ensayo El género en disputa (1990), Judith Butler reventó el binarismo de género, femenino/masculino, para establecer un orden más rico y complejo del que me siento parte. Que reviente entonces también la convención creada por nosotros mismos desde el oficio acerca de la luz técnica o la decorativa para así crear un todo híbrido y más complejo.
Miro hacia abajo ahora, solo puedo caminar así: me concentro en dar pasitos muy pequeños, que acompaño con los hombros zigzagueantes. Soy un pingüino. Alivio mi sentido del ridículo pensando que, si realizo el paso solo un poquito más grande, el ridículo será mayor desde el suelo. Los finlandeses tienen una habilidad admirable para caminar sobre el hielo de la que yo carezco. Ya es de noche otra vez y aún no hemos comido, mantengo los ojos abiertos y veo.